Jim Amaral: Entrevista

Entrevista realizada por Amparo osorio y Gonzalo Márquez Cristo para el No 19 de Común Presencia

¡Cuídense de la esperanza!
(Fragmento)

¿Qué esperan estas figuras de alas rotas y brazos retorcidos, estos hombres con las puertas del pecho abiertas y con inscripciones en sus cabezas, esos viajeros que anuncian un signo estelar que nunca se produce?

¿Qué esperan estos seres desolados, vigías de un espacio que jamás ofrenda sus luminosas señales y que siempre escamotea la clave salvadora? ¿En qué lugar se producirá el signo capaz de redimirlos? ¿Quién vendrá desde la inmensidad con su milagrosa presencia a salvar a estas creaturas abatidas?

¿Qué esperan las perturbadoras imágenes de Jim Amaral, que no sea lo mismo que nos prometieron desde nuestro origen balbuceante, que no sea el fin de la incomunicación existencial, que no sea la interrupción de nuestra soledad cósmica?

Las esculturas de Amaral aguardan un mensaje, que ya lo sabemos, nunca se producirá. Pretenden –lo argüimos– un secreto indescifrable, quizá develar la respuesta apocalíptica del espejo o la gran afirmación que posee en su interior el misterio de todo nacimiento.

Cuando el artista lanza su pregunta cósmica, existencial, hierática, nosotros creemos observando sus conmovedoras creaciones, que alguien irrumpirá de lo invisible con la salvadora luz que estamos hace milenios esperando.

JA: El arte interroga, el sueño pregunta, pero el amor es el único que responde, que balbucea en mi oído…

Custodiados por los tapices realizados por su esposa Olga, que adornan las altas paredes de su casa, y por los viejos centinelas alelados que preservan el pasado mítico y a quienes Jim Amaral ha dado el halo de su fuerza interior, recorremos parte de esta galería que teje de una manera secreta el latido y el ritmo profundo de su demiurgo, en un alianza de impetuoso misterio.

Palpando sus esculturas, abriendo las puertas de sus cabezas y moviendo sus pesadas alas de bronce, admirando sus pátinas verdes y azules que les dan cierta irrealidad, ascendemos al segundo piso de la casa Amaral contemplando los dibujos eróticos y los sugestivos objetos intervenidos, para por último sentarnos alrededor del dios humeante del café.

JA: Muchos pensaban que todo lo que hacemos se diluye durante la noche y vuelve a nacer con la aurora. Nuestra contienda verdadera creo que es con la luz.

CP: ¿Y si en la luz acecha el tiempo como sostienen los relativistas, no estaremos perdidos?

JA: El tiempo me confunde, las cosas y los rostros se transforman a nuestro alrededor pero nosotros seguimos viendo lo mismo, teniendo los mismos ojos. ¿No es verdad?

Este artista nacido en Estados Unidos, de ascendencia portuguesa, auténtico y existencial, que ha suscitado a lo largo de su ardua búsqueda todo tipo de sentimientos de adhesión desde su llegada a Colombia, no ha dejado de explorar, de moldear, de dibujar, de pintar.

JA: ¿Contra quién combato? ¿Qué es aquello que me desvela? ¿Por qué permanezco atemorizado ante una flor, una nube o una estrella, sin que nadie me ofrezca el equilibrio, ni siquiera el amanecer?

CP: El equilibrio, la armonía pitagórica… ¡La encerrona griega!

JA: Los conceptos a veces son cárceles.

CP: Jim, la primera vez que vimos esos maravillosos seres de alas retorcidas esculpidos en bronce creímos que la esperanza estaba mancillada, y como en la magistral obra «Aquí está el vendedor de hielo» de Eugene O’neill, debíamos denunciar toda ilusión para no vivir en la servidumbre de la espera del advenimiento de una vida mejor.

JA: ¡Cuídate de la esperanza!, deberían decirnos en la infancia. Es mejor enfrentarse con lo adverso pues de allí afloran insospechados jardines. Ahora busco en los diferentes pliegues de mi memoria y súbitamente se despiertan los recuerdos. Surge el rostro de un amigo que se suicidó, quizá por ineludibles motivos de soledad e incomprensión y reconozco que ese acto me sumió en una crisis que me fue hundiendo y por la que tuve incluso que acudir al psicoanálisis. Yo veía el futuro negro, en ese momento tenía ya dos hijos y no sabía para donde dirigir el porvenir. Por suerte vi una luz como de luciérnaga y me aferré al arte, que a veces nos salva con su portentoso universo. Encerrado en un cuarto de mi casa comencé a dibujar con pasión creyendo que ese era mi remedio contra la angustia. Sí, a veces, siento que la muerte retrocede.

CP: La siguiente pregunta parecerá como extraída de un cuento de Bradbury: ¿Los personajes de sus esculturas están muertos?

JA: Me he preguntado insistentemente y durante muchos años cómo es morir. Salir de una oscuridad para entrar a otra penumbra, la de la muerte. Mucho de este extraño interrogante está plasmado en mi obra escultórica y por eso la pregunta me altera profundamente. Nadie había visto eso en mis creaciones y quizá no sea así, pero en ese viaje entre dos oscuridades pongo todo mi empeño, para dejar algo que esté a salvo, algo –muy pequeño– que pueda desalojar el miedo que me embarga.

Jim cerró los ojos y seguimos escuchando su voz trémula. Permanecimos en un silencio sin salida. Inclinó la cabeza a punto de desfallecer. Y luego saliendo de su abstracción, acudió a un artilugio cotidiano para reintegrar el diálogo: levantó el citófono ordenando otras tazas de café. El sol resplandecía en la gran mesa invadida por los libros.

JA: Yo ahora quisiera decir muchas cosas. De mi vida, de mis silencios, retratar el hecho de que los hombres en el planeta gravitamos en un espacio oscuro. Eso me confunde mucho como ser. Y ahora más que nunca pienso que el hombre vive en un conformismo que le venda los ojos. Durante las últimas décadas no observo ninguna rebelión en Occidente, o de existir creo que es inofensiva, ligera, prescindible.

CP: Ni rebelión ni furia filosófica. ¿Qué hicimos con el grito?

JA: No es el tiempo del alarido. Mis figuras callan, se silencian de una forma radical, tal vez como lo preguntaron, muy próxima a la muerte, pues estamos bastante lejos de una expresión creadora o violenta, como aquello que sintió Munch, por ejemplo.

CP: «Los cementerios están llenos de fraudes / las calles están llenas de fantasmas», dice el poeta argentino Roberto Juarroz...

JA: Quizá vivamos en un mundo ya extinto sin saberlo. ¿Quién puede entender bien la luz de las estrellas muertas, sin enloquecer? Por otra parte, con relación a la acotación de la nacionalidad argentina del autor citado, pienso que un poeta no tiene patria. Cuando abandoné Estados Unidos me di cuenta de que el arte es mi única nación, el único lugar donde no soy extranjero. Llegar a Colombia fue algo muy duro. Me sentí rechazado. ¿Quién iba a aceptar a un gringo que llegaba a un círculo cerrado del país, a una élite de gentes inteligentes y de buenas familias? Al principio me encontré completamente indefenso en un territorio plagado de apellidos. ¿Quién iba a aceptarme –reitero– sin indagar mi origen, sin entrometerse en mi vida privada, si apenas era un gringuito nacido en un pequeño pueblo del oeste norteamericano? Sin embargo, ahora lo veo en retrospectiva y con un poco de vanidad: quizá ese primer rechazo que experimenté haya sido lo que produjo mi estrella.

CP: ¿Y la infancia acudió alguna vez en su ayuda?

JA: Debe existir un significado que yo aún no comprendo y por el que siempre he tratado de interrogarme sin respuesta posible. Quizá en esas imágenes de la infancia de mi padre, en aquel desolado paisaje de las Azores donde transcurrieron sus primeros años, pueda estar el origen de todas mis búsquedas. Él salió de allí, de Portugal, a los doce años hacia Boston con el propósito de trabajar y nunca supe por qué no quiso regresar jamás a su tierra natal. Tampoco deseó que nosotros estuviéramos allí, pero cuando ya mayor conocí esas islas, sentí de manera inexpresable que me estaba encontrando con esa honda nostalgia...